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Mi padre


Mi padre era un hombre admirable. No era un hombre perfecto, lo sé .Tenía muchos defectos y también muchas virtudes.  De adolescente rebelde, recuerdo que me parecía demasiado estricto, exigente; sin embargo, mucho más tarde, cuando me hice mayor y sobre todo cuando fui madre, supe que sólo quería lo mejor para mí y para mis hermanas. ·Entonces entendí muchas cosas.

Siempre he creído que transmitimos a nuestros hijos e hijas los modelos familiares en los que hemos vivido. Agradezco a mi padre y a mi madre los valores que me inculcaron, valores que también he intentado transmitir a mi hija. 

Él era un padre siempre «presente». A pesar de no ser excesivamente protector, él siempre «estaba». Supo renunciar tal vez a una vida  más cómoda para dejarnos la mejor de las herencias. No, no hablo de bienes materiales, que de esos siempre anduvimos escasos, hablo de cosas mucho más importantes. 

«Las niñas tienen que estudiar», decía… Algo raro en unos tiempos en los que la mayoría de los padres preferían a las hijas al cuidado de la casa. Recuerdo al padre de una de mis amigas al que yo con estupor escuchaba decir que no estaba bien que una mujer supiera más que un hombre. Agradezco a la vida haberme dado un padre como el mío.

Su amor por la música (aún conservo vinilos antiguos que le pertenecieron), lo inteligente que era, su valentía a la hora de enfrentarse a las adversidades, su memoria, los cuadernos que escribía con sus recuerdos e historias, la habilidad que tenía para relacionarse con la gente, su generosidad con los demás… 

De él aprendí lo importante que es la lealtad a la familia. Hoy mis hermanas y yo estamos absolutamente unidas. Somos hermanas y amigas. Siempre agradecida, papá.  

En la última etapa de su vida, entendió y asimiló que la vejez era algo natural. Fue aceptando el paso de los años y el deterioro físico con paciencia, con resignación .Nunca se quejó por ello. Admirable esa capacidad suya.

¡Cuántos recuerdos, papá! ¡Cuánto tengo que agradecerle!

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