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Juana I de Castilla (conocida como Juana "La loca")


Juana I de Castilla, que nunca fue despojada de su título, pasó 46 años cautiva en el castillo de Tordesillas, al principio, junto a su hija Catalina. La encerraron en 1509 por orden de su padre y víctima de sucesivas intrigas políticas. 

Juana no siguió el camino recto que pudiera haber seguido, tal y como se esperaba de una infanta de la época, camino trazado por nada menos que Isabel la Católica, su madre.

Ya desde muy joven dio muestras Juana de una actitud reticente con la férrea religiosidad de su madre, pero no fue hasta una vez casada con Felipe el Hermoso cuando las fricciones entre madre e hija alcanzaron su máxima expresión. 

El académico de la Real Academia de la Historia Manuel Fernández Álvarez la define como “la más hermosa de las hijas de los Reyes Católicos, según el parecer de los testigos de la época” y cita el retrato que le hizo Juan de Flandes, donde “luce Juana con toda su gracia juvenil: la cabeza descubierta, el pelo peinado a dos bandas, unos grandes ojos con un no sé qué de misterio, el generoso escote que deja ver un bien formado busto, y la fina mano diestra con el índice alzado, como si supiera que iba a ser llamada a heredar los reinos de España”. 

En cuanto a su carácter, los historiadores hablan de una niña y adolescente, que “gustaba de las alegrías cortesanas como el baile y que, si bien es cierto que no toleraba demasiado bien las clases que tenían que ver con la religión, “sí que era muy inclinada al estudio porque se sabe que era realmente notable su manejo del latín”. También tenía gusto por los instrumentos musicales, en particular, por el clavicordio.

Juana tenía dieciséis años cuando embarcó para contraer matrimonio con el heredero de Flandes en obediencia a una decisión que responde a intereses políticos.  Una chica  joven que abandonaba el hogar materno, su propio entorno habitual, para partir a un lejano y desconocido país, de extrañas costumbres, y distinta lengua para casarse con alguien que no conocía y quedar bajo su caprichoso poder autoritario. 

Cuando llegó a Flandes, Felipe el Hermoso no estaba ahí. Juana pasó sola un mes en una corte extraña, en un país extraño. Sin embargo, cuando llegó Felipe, hubo una especie de flechazo entre ellos que el hispanista alemán Ludwig Pfandl describe así: “A la primera mirada, se encendió el apetito genésico de los dos jóvenes (ella tenía dieciséis y el dieciocho años) con tal fogosidad que no esperaron al casamiento fijado para dos días después, sino que mandaron traer al primer sacerdote que se encontrara para que les diese la bendición y poder consumar el matrimonio aquella misma tarde”. Esa vida amorosa fue el asidero al que se agarró Juana para olvidarse de todas sus angustias y soledades.

Pronto llegó el cambio de guion que trastocaría su vida: el fallecimiento de su madre, Isabel la Católica. Ella no iba a ser heredera del trono de Castilla, pero sus hermanos, el príncipe Juan e Isabel, murieron despejando, así, el camino de Juana hacia el trono. Volvió a casa y fue sometida a una gran presión política. 

Felipe el Hermoso, de quien ella estaba perdidamente enamorada, tuvo que partir de nuevo a Flandes. Este hecho y las constantes infidelidades de su marido la sumieron en un estado de nerviosismo y depresión que pronto corrió como la pólvora en la corte y alimentó las habladurías que la tachaban ya de loca. 

Comportamientos que hoy en día podríamos entenderlos como actitudes depresivas o como ataques de ansiedad, en su momento, se techaban de locura. Para las ambiciones de algunos miembros de la Corte entre ellos, su propio padre, Fernando el Católico, y su marido, Felipe el Hermoso, era políticamente muy conveniente hacerla pasar por loca y apartarla del poder. 

(FUENTES: Infolibre, Ruth Martínez Alcorlo, profesora en la Universidad de Alcalá y doctora en Literatura Española Medieval y Manuel Fernández Álvarez, académico de la Real Academia de la Historia)

(ARTE: Juan de Flandes)



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